
En California, una campaña cripto arrojó objetos sexuales en la WNBA. Marketing misógino, violencia de género y objetualización en la cancha.
En Los Ángeles, durante un partido de la WNBA, un objeto sexual verde neón aterrizó en la cancha. No era un acto aislado ni una broma de mal gusto: formaba parte de una campaña publicitaria para una criptomoneda, ideada por un hombre que se niega a dar su nombre. Eligió a las mujeres como blanco. No se presentó en un partido de la NBA, no se expuso a la reacción física o social de jugadores hombres. Prefirió la cancha donde la violencia sería más fácil de infligir y más fácil de trivializar.
Objetualización como estrategia de marketing
El episodio no se limitó a California: se repitió en otras ciudades de Estados Unidos, siempre en encuentros femeninos. La excusa de “generar controversia” es una coartada que oculta la lógica real: la de usar la objetualización de las jugadoras como motor de atención mediática. Como advierte Judith Butler, “los cuerpos importan porque son el lugar donde se inscriben las relaciones de poder”. Aquí, el mensaje fue claro: reducir a una atleta profesional a un cuerpo sexualizado es rentable.
La ausencia de esta “performance” en partidos masculinos revela un coraje selectivo. El supuesto provocador sabe dónde la violencia es más segura para quien la ejerce. Sabe que contra las mujeres la agresión todavía puede disfrazarse de espectáculo.
Coraje selectivo, violencia dirigida
El deporte femenino no necesita escándalos para existir, sino respeto para florecer. Cada objeto arrojado en esas canchas es un recordatorio de que la igualdad no se mide solo en sueldos o en minutos de transmisión, sino en el derecho de competir sin ser interrumpidas por quienes ven en su cuerpo una oportunidad de lucro. Lo demás no es provocación. Es misoginia en su forma más explícita y rentable.