En esta emisión de Mujeres que Impactan, Camila Paez, antropóloga y filósofa, explica cómo la manera en que hemos sido socializadas por la cultura heteropatriarcal-capitalista, puede cambiar a partir de los actos más cotidianos en nuestra vida personal.
Los pequeños actos cotidianos son los que forman nuestra realidad, cómo la percibimos. De hecho, las normas sociales son, en esencia, debido a un consenso colectivo de que estas serán las formas de relacionarnos con otros y con nosotros mismos. Camila Páez, antropóloga, filósofa y co-fundadora del Centro de Investigación y Desarrollo Educativo para la Equidad de la Mujer (CIDEEM) y del Índice de Equidad de Género (IEG), cree firmemente que desde lo más pequeño se puede influir en lo más grande.
“Lo cotidiano parece muy chiquito, ¿no? A veces parece que no tiene sentido”, reflexiona la estudiante doctoral, “pero lo cotidiano se vuelve hábito y los hábitos pensamientos”. Es así como estos pensamientos que hoy tenemos han venido de hábitos instaurados de una cultura patriarcal y heteronormativa, continúa por señalar ella.
Por esta razón, la antropóloga explica que, de la misma manera en que la cultura patriarcal heteronormativa instauró los hábitos violentos y sexistas que hoy conocemos y que, aún algunos, tenemos normalizados, podemos contrarrestar con hábitos distintos a él.
Pues, si estas ideas fueron establecidas de esta forma, lo contrario también puede suceder. Los hábitos de resistencia son cotidianos, son desde lo más personal como lo puede ser el consumo, la autopercepción o la participación que tenemos en la sociedad.
Por esto, es importante tener en cuenta las ideas de quienes históricamente no han podido participar políticamente en cuanto a instaurar estos hábitos y pensamientos. Las mujeres, comunidades LGBTI, integrantes de la ruralidad y la intersección entre todos ellos, deben formar parte de los espacios de toma de decisiones porque, en gran medida, estas decisiones les terminan afectando.
En sí, las mujeres, desde que nacemos, estamos atravesadas por esta opresión y, por ende, solemos y debemos ser las primeras en comprender la opresión que sufren otras personas. Cuando, desde nuestro rol como mujeres, participamos en sentido político para activamente romper estereotipos y roles de género, ser sororas entre nosotras, y alzar más voces en contra del sistema patriarcal, se genera un cambio.
Las mujeres de nuestro pasado nos dieron el derecho al voto, a manifestarnos como ciudadanas, también el de la protesta, para visibilizar nuestras necesidades. Por esto, en la actualidad debemos direccionar estas fuerzas hacia la participación activa de políticas públicas con enfoque de género.
Hoy en día, no hay una paridad de voces femeninas y diversas en los altos puestos de liderazgo, voces que luchen por nuestras necesidades. Hace falta mayor representación descriptiva, desde donde se vean más mujeres y diversidades en liderazgo, y una representación sustantiva, desde la cual nuestros temas se pongan sobre la mesa y sean escuchados.
“Entre más voces haya en la conversación, más se vuelven tangibles nuestras necesidades como grupo”, explica la filósofa, señalando que nuestra participación política termina por tocar todas las áreas de necesidades porque, al final del día, todos nos vemos atravesados por el sistema de opresión patriarcal.
Los cambios pueden ser desde lo más pequeño como, por ejemplo, cómo nos observamos a nosotras mismas en cuanto a nuestros cuerpos. Gracias a la íntima relación del patriarcado con el capitalismo, la manera en que nos auto percibimos alimenta el consumo de los productos que nos ayuden a alcanzar este ideal.
Sin embargo, esto no significa que tengamos que, sagradamente, estar pendientes de cada uno de nuestros consumos. Las incoherencias suceden todo el tiempo, porque eso es parte del crecimiento personal y la evolución en nuestras formas sociales. Revisar, reflexionar y actuar sobre ellos, cuando podemos, es suficiente para comenzar un camino hacia un consumo responsable.
Por esto, la filósofa y cofundadora señala que, en nuestro día a día, tenemos dos opciones. La primera es ser lo que aprendimos ser, lo que hemos asimilado y aceptado de las normas sociales. O la segunda, que es ser lo que verdaderamente queremos ser que, claro, no siempre significa estar fuera de la norma, pero sí es desafiarla.