Las Canciones Contra las Mujeres que Todavía Cantas sin Darte Cuenta

November 6, 2025
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Durante décadas, la música popular fue el eco de un amor que no siempre fue justo. Las letras que antes parecían románticas hoy dejan al descubierto algo más profundo: control, culpa y violencia simbólica. Escucharlas otra vez, sin nostalgia ni culpa, puede ser una forma de abrir los ojos como sociedad.

I. El soundtrack del machismo romántico

“Si te vas, me mato.”
“Eres mía aunque no quieras.”
“Sin ti no soy nada.”

Frases que coreamos sin pensar, en estadios, bodas o karaokes, como si fueran inofensivas. Pero no lo eran. La música, ese lenguaje que atraviesa generaciones y emociones,  también refleja lo que una cultura aprueba, lo que normaliza. Y durante mucho tiempo, la historia que contaba no fue amable con las mujeres.

En los setenta y ochenta, la mayoría de los hombres que escribían canciones de amor hablaban del deseo como si fuera una forma de posesión. Luis Miguel cantaba a “la incondicional”, una mujer fiel hasta el sacrificio. En “Lamento boliviano”, perder el control era prueba de amor. En “Persiana americana”, el deseo se confundía con el voyeurismo.

No eran himnos de odio, pero sí de una época que no reconocía la autonomía femenina. La música no inventó el machismo. Lo amplificó. Y lo hizo con melodías imposibles de olvidar.

La verdad es que cada vez que volvemos a esas canciones y entendemos lo que dicen, algo cambia. Ya no las cantamos igual. Porque, aunque duela, escucharlas con otros oídos es también una forma de sanar lo que alguna vez normalizamos.

II. La era de los beats y la cosificación

Cuando llegaron el reggaetón y el pop urbano en los 2000, algo cambió en la superficie, pero no en el fondo. El tono se volvió más directo, más explícito. El deseo masculino dejó de disfrazarse de romanticismo y se convirtió en una puesta en escena. Y con ese cambio, apareció otra forma de control: la cosificación.

Canciones como “Gasolina” de Daddy Yankee, “Dile” de Don Omar o “Cuatro Babys” de Maluma colocaban al cuerpo femenino en el centro del deseo, pero no como sujeto, sino como objeto. El amor se transformó en consumo; la conquista, en espectáculo. El mensaje era claro: el poder seguía siendo de ellos, solo que ahora con ritmo y luces de discoteca.

Pero algo empezó a moverse. Y esta vez, fue desde el público. Las mujeres —sobre todo las más jóvenes— ya no escuchaban en silencio. Cuestionaban. Respondían. Las redes sociales, los memes y los análisis feministas en YouTube o TikTok convirtieron lo que antes era crítica académica en conversación diaria. Ya no se trataba de censurar canciones, sino de mirar de frente lo que decían: ¿por qué esas letras eran posibles? ¿qué revelaban de quienes las escribían… y de quienes las coreaban sin pensarlo dos veces?

Y es que, mientras muchos seguían cantando los mismos versos, las mujeres dentro del género urbano empezaron a reescribirlos. Ivy Queen fue de las primeras en poner límites con “Yo quiero bailar”, una canción que separó el deseo del consentimiento con una claridad que hoy sigue siendo poderosa: “Yo quiero bailar, tú quieres sudar, y yo quiero gozar, pero para eso no hay que perrear.”

Esa frase marcó un antes y un después. Detrás vinieron voces como Karol G y Natti Natasha, que transformaron el escenario. Ya no pedían permiso para hablar de placer, éxito o independencia. Lo hicieron con beats, con brillo y con un mensaje claro: las mujeres también son protagonistas de su deseo, de su historia y de su dinero.

La verdad es que ese cambio no borró los viejos patrones, pero sí los puso en evidencia. Y, al hacerlo, abrió un espacio nuevo: uno donde bailar también puede ser una forma de resistencia.

III. De funables a funcionales: resignificar para aprender

Escuchar hoy una “canción contra las mujeres” solo para enojarse no lleva a ningún lado. Pero hacerlo con curiosidad, con ganas de entender cómo pensábamos y qué cambió, puede ser un ejercicio de memoria colectiva. Y, sobre todo, una forma de aprender.

En la era del streaming, los algoritmos nos devuelven constantemente melodías del pasado. Canciones que antes nos parecían inofensivas o incluso románticas ahora suenan distintas. Donde antes escuchábamos entrega, hoy escuchamos manipulación. Donde creíamos oír pasión, encontramos dependencia. Esa nueva lectura no es censura, es conciencia.

Además, lo interesante es que ya no se trata solo de una conversación de redes: también está llegando a las aulas. En universidades de Estados Unidos y América Latina, hay clases enteras dedicadas al análisis lírico con enfoque de género. Los estudiantes estudian boleros, rancheras o reggaetón, no solo por su estructura poética, sino por lo que revelan sobre cómo ha cambiado la manera de amar.

Un ejemplo clásico: “Every Breath You Take”, de The Police. Muchos la recuerdan como una balada romántica, pero si se escucha con atención, es casi un himno a la vigilancia. “Te estaré observando”, repite. No es devoción, es obsesión. Lo mismo pasa con “Culpable o no”, “Mariposa traicionera” o incluso “Te recuerdo Amanda”. Canciones que parecían hablar de amor, pero que en realidad retratan culpa, control o dolor emocional.

Y ahí está la clave: resignificar no es borrar. Es entender el contexto, mirarlo sin idealizarlo, y decidir qué queremos seguir cantando y qué no.

IV. Los hombres que también están reescribiendo

El cambio no ha sido solo de las mujeres. Cada vez más hombres están repensando su rol en las historias que cuentan. Algunos lo hacen desde la música, otros desde la conversación pública. Y eso, aunque parezca pequeño, tiene peso.

Bad Bunny, por ejemplo, no solo ha defendido el respeto al consentimiento y la diversidad sexual; ha cambiado la narrativa desde dentro del género urbano. En “Yo perreo sola”, el protagonismo no es suyo, sino de una mujer que baila por sí misma. El mensaje es simple y contundente: el deseo femenino no necesita permiso.

Residente, C. Tangana o Kevin Johansen también han transitado de letras de dominio o dolor hacia otras más vulnerables, donde el amor no es poder, sino conversación. Donde se puede admitir el miedo, el apego o la confusión sin perder fuerza.

Y es que estos artistas no están “haciendo música feminista”. Están haciendo algo más real: están aprendiendo en voz alta. Se equivocan, se corrigen, lo intentan de nuevo. Y en ese proceso, también nos invitan a repensar lo que cantamos, lo que sentimos, y lo que queremos seguir repitiendo.

La verdad es que ese es el verdadero cambio cultural: cuando entendemos que la evolución no está en callar el pasado, sino en escucharlo distinto.

V. La respuesta femenina: del silencio al micrófono

Las mujeres no solo señalaron lo machista. Lo convirtieron en arte.
Donde antes había silencio, ahora hay ritmo, ironía y poder. Artistas como Shakira, Beyoncé, Rosalía, Mon Laferte o Julieta Venegas tomaron la narrativa del desamor y la transformaron en afirmación.

Cuando Shakira canta “Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”, no está hablando de venganza, aunque muchos lo hayan querido leer así. Habla de autonomía, de independencia económica, de contar la historia con su propia voz. Rosalía, con “Malamente”, llevó al flamenco una historia de abuso y control, pero sin romantizarla. Lo hizo con estética, con sutileza, con arte. Y Mon Laferte, en “Canción sin miedo”, dio un paso más: convirtió el dolor en grito colectivo, en consigna, en memoria viva.

La verdad es que la música volvió a ser un espejo, pero esta vez distinto. Uno donde las mujeres ya no aparecen fragmentadas ni idealizadas, sino completas: con fuerza, con rabia, con ternura y con deseo.

VI. Escuchar distinto es una forma de cambiar

Quizás el mayor aprendizaje de volver a escuchar esas “canciones contra las mujeres” no sea cancelarlas, sino entender lo que nos enseñaron. Al fin y al cabo, fueron parte de nuestra educación emocional. Las coreamos porque, de algún modo, también nos dolían.

Pero hoy las oímos distinto. Podemos analizarlas, discutirlas y hasta reírnos de algunas sin perder la conciencia de fondo. Eso, en sí mismo, ya es un avance. Significa que aprendimos a escuchar con atención, a detectar los mensajes que antes se colaban entre acordes y metáforas.

Y es que el progreso no siempre se oye suave. A veces suena a remix. Uno donde la voz femenina ya no es eco, sino protagonista.

Cierre

El machismo musical no desaparece con un “cancelado”. Desaparece cuando dejamos de cantarlo sin pensar. Cuando elegimos otra letra, otro ritmo, otra forma de contar.
Cada artista que se atreve a escribir diferente, cada oyente que se detiene a cuestionar, está haciendo más que escuchar: está transformando.

Porque el futuro de la música no está en borrar las canciones contra las mujeres, sino en entenderlas. En reconocer lo que fueron, para decidir qué queremos cantar ahora.
Y así, poco a poco, elegir mejor la banda sonora de lo que queremos ser.

Las Canciones Contra las Mujeres que Todavía Cantas sin Darte Cuenta

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Durante décadas, la música popular fue el eco de un amor que no siempre fue justo. Las letras que antes parecían románticas hoy dejan al descubierto algo más profundo: control, culpa y violencia simbólica. Escucharlas otra vez, sin nostalgia ni culpa, puede ser una forma de abrir los ojos como sociedad.

I. El soundtrack del machismo romántico

“Si te vas, me mato.”
“Eres mía aunque no quieras.”
“Sin ti no soy nada.”

Frases que coreamos sin pensar, en estadios, bodas o karaokes, como si fueran inofensivas. Pero no lo eran. La música, ese lenguaje que atraviesa generaciones y emociones,  también refleja lo que una cultura aprueba, lo que normaliza. Y durante mucho tiempo, la historia que contaba no fue amable con las mujeres.

En los setenta y ochenta, la mayoría de los hombres que escribían canciones de amor hablaban del deseo como si fuera una forma de posesión. Luis Miguel cantaba a “la incondicional”, una mujer fiel hasta el sacrificio. En “Lamento boliviano”, perder el control era prueba de amor. En “Persiana americana”, el deseo se confundía con el voyeurismo.

No eran himnos de odio, pero sí de una época que no reconocía la autonomía femenina. La música no inventó el machismo. Lo amplificó. Y lo hizo con melodías imposibles de olvidar.

La verdad es que cada vez que volvemos a esas canciones y entendemos lo que dicen, algo cambia. Ya no las cantamos igual. Porque, aunque duela, escucharlas con otros oídos es también una forma de sanar lo que alguna vez normalizamos.

II. La era de los beats y la cosificación

Cuando llegaron el reggaetón y el pop urbano en los 2000, algo cambió en la superficie, pero no en el fondo. El tono se volvió más directo, más explícito. El deseo masculino dejó de disfrazarse de romanticismo y se convirtió en una puesta en escena. Y con ese cambio, apareció otra forma de control: la cosificación.

Canciones como “Gasolina” de Daddy Yankee, “Dile” de Don Omar o “Cuatro Babys” de Maluma colocaban al cuerpo femenino en el centro del deseo, pero no como sujeto, sino como objeto. El amor se transformó en consumo; la conquista, en espectáculo. El mensaje era claro: el poder seguía siendo de ellos, solo que ahora con ritmo y luces de discoteca.

Pero algo empezó a moverse. Y esta vez, fue desde el público. Las mujeres —sobre todo las más jóvenes— ya no escuchaban en silencio. Cuestionaban. Respondían. Las redes sociales, los memes y los análisis feministas en YouTube o TikTok convirtieron lo que antes era crítica académica en conversación diaria. Ya no se trataba de censurar canciones, sino de mirar de frente lo que decían: ¿por qué esas letras eran posibles? ¿qué revelaban de quienes las escribían… y de quienes las coreaban sin pensarlo dos veces?

Y es que, mientras muchos seguían cantando los mismos versos, las mujeres dentro del género urbano empezaron a reescribirlos. Ivy Queen fue de las primeras en poner límites con “Yo quiero bailar”, una canción que separó el deseo del consentimiento con una claridad que hoy sigue siendo poderosa: “Yo quiero bailar, tú quieres sudar, y yo quiero gozar, pero para eso no hay que perrear.”

Esa frase marcó un antes y un después. Detrás vinieron voces como Karol G y Natti Natasha, que transformaron el escenario. Ya no pedían permiso para hablar de placer, éxito o independencia. Lo hicieron con beats, con brillo y con un mensaje claro: las mujeres también son protagonistas de su deseo, de su historia y de su dinero.

La verdad es que ese cambio no borró los viejos patrones, pero sí los puso en evidencia. Y, al hacerlo, abrió un espacio nuevo: uno donde bailar también puede ser una forma de resistencia.

III. De funables a funcionales: resignificar para aprender

Escuchar hoy una “canción contra las mujeres” solo para enojarse no lleva a ningún lado. Pero hacerlo con curiosidad, con ganas de entender cómo pensábamos y qué cambió, puede ser un ejercicio de memoria colectiva. Y, sobre todo, una forma de aprender.

En la era del streaming, los algoritmos nos devuelven constantemente melodías del pasado. Canciones que antes nos parecían inofensivas o incluso románticas ahora suenan distintas. Donde antes escuchábamos entrega, hoy escuchamos manipulación. Donde creíamos oír pasión, encontramos dependencia. Esa nueva lectura no es censura, es conciencia.

Además, lo interesante es que ya no se trata solo de una conversación de redes: también está llegando a las aulas. En universidades de Estados Unidos y América Latina, hay clases enteras dedicadas al análisis lírico con enfoque de género. Los estudiantes estudian boleros, rancheras o reggaetón, no solo por su estructura poética, sino por lo que revelan sobre cómo ha cambiado la manera de amar.

Un ejemplo clásico: “Every Breath You Take”, de The Police. Muchos la recuerdan como una balada romántica, pero si se escucha con atención, es casi un himno a la vigilancia. “Te estaré observando”, repite. No es devoción, es obsesión. Lo mismo pasa con “Culpable o no”, “Mariposa traicionera” o incluso “Te recuerdo Amanda”. Canciones que parecían hablar de amor, pero que en realidad retratan culpa, control o dolor emocional.

Y ahí está la clave: resignificar no es borrar. Es entender el contexto, mirarlo sin idealizarlo, y decidir qué queremos seguir cantando y qué no.

IV. Los hombres que también están reescribiendo

El cambio no ha sido solo de las mujeres. Cada vez más hombres están repensando su rol en las historias que cuentan. Algunos lo hacen desde la música, otros desde la conversación pública. Y eso, aunque parezca pequeño, tiene peso.

Bad Bunny, por ejemplo, no solo ha defendido el respeto al consentimiento y la diversidad sexual; ha cambiado la narrativa desde dentro del género urbano. En “Yo perreo sola”, el protagonismo no es suyo, sino de una mujer que baila por sí misma. El mensaje es simple y contundente: el deseo femenino no necesita permiso.

Residente, C. Tangana o Kevin Johansen también han transitado de letras de dominio o dolor hacia otras más vulnerables, donde el amor no es poder, sino conversación. Donde se puede admitir el miedo, el apego o la confusión sin perder fuerza.

Y es que estos artistas no están “haciendo música feminista”. Están haciendo algo más real: están aprendiendo en voz alta. Se equivocan, se corrigen, lo intentan de nuevo. Y en ese proceso, también nos invitan a repensar lo que cantamos, lo que sentimos, y lo que queremos seguir repitiendo.

La verdad es que ese es el verdadero cambio cultural: cuando entendemos que la evolución no está en callar el pasado, sino en escucharlo distinto.

V. La respuesta femenina: del silencio al micrófono

Las mujeres no solo señalaron lo machista. Lo convirtieron en arte.
Donde antes había silencio, ahora hay ritmo, ironía y poder. Artistas como Shakira, Beyoncé, Rosalía, Mon Laferte o Julieta Venegas tomaron la narrativa del desamor y la transformaron en afirmación.

Cuando Shakira canta “Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”, no está hablando de venganza, aunque muchos lo hayan querido leer así. Habla de autonomía, de independencia económica, de contar la historia con su propia voz. Rosalía, con “Malamente”, llevó al flamenco una historia de abuso y control, pero sin romantizarla. Lo hizo con estética, con sutileza, con arte. Y Mon Laferte, en “Canción sin miedo”, dio un paso más: convirtió el dolor en grito colectivo, en consigna, en memoria viva.

La verdad es que la música volvió a ser un espejo, pero esta vez distinto. Uno donde las mujeres ya no aparecen fragmentadas ni idealizadas, sino completas: con fuerza, con rabia, con ternura y con deseo.

VI. Escuchar distinto es una forma de cambiar

Quizás el mayor aprendizaje de volver a escuchar esas “canciones contra las mujeres” no sea cancelarlas, sino entender lo que nos enseñaron. Al fin y al cabo, fueron parte de nuestra educación emocional. Las coreamos porque, de algún modo, también nos dolían.

Pero hoy las oímos distinto. Podemos analizarlas, discutirlas y hasta reírnos de algunas sin perder la conciencia de fondo. Eso, en sí mismo, ya es un avance. Significa que aprendimos a escuchar con atención, a detectar los mensajes que antes se colaban entre acordes y metáforas.

Y es que el progreso no siempre se oye suave. A veces suena a remix. Uno donde la voz femenina ya no es eco, sino protagonista.

Cierre

El machismo musical no desaparece con un “cancelado”. Desaparece cuando dejamos de cantarlo sin pensar. Cuando elegimos otra letra, otro ritmo, otra forma de contar.
Cada artista que se atreve a escribir diferente, cada oyente que se detiene a cuestionar, está haciendo más que escuchar: está transformando.

Porque el futuro de la música no está en borrar las canciones contra las mujeres, sino en entenderlas. En reconocer lo que fueron, para decidir qué queremos cantar ahora.
Y así, poco a poco, elegir mejor la banda sonora de lo que queremos ser.

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