Storming the Gates: Cómo Phia está Rreescribiendo la Relación entre las Mujeres, la IA y el Consumo

October 28, 2025
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Phoebe Gates, cofundadora de Phia, durante su participación en el panel “Storming the Gates: Scaling Consumer AI” en TechCrunch Disrupt 2025, San Francisco.

Las fundadoras de Phia, la startup que está mezclando inteligencia artificial con sostenibilidad, tienen una visión poco común en el mundo tech: creen que la verdadera ventaja competitiva no está en el código, sino en la honestidad.

En el escenario de TechCrunch Disrupt 2025, Phoebe Gates y Sophia Kianni no hablaron de capital, sino de criterio. Fundadoras de Phia, una compañía que usa inteligencia artificial para dar nueva vida al comercio electrónico de segunda mano, han construido algo poco común en Silicon Valley: una empresa que une precisión tecnológica con responsabilidad climática.

Su charla con Amanda Silberling, periodista de TechCrunch, no sonó como una típica presentación de startup. Fue más bien una conversación honesta sobre lo que significa crear tecnología con propósito.
Gates y Kianni no midieron su éxito por el tamaño de sus rondas de inversión ni por cuántas veces su app fue descargada. Lo midieron por algo más íntimo: su capacidad de escuchar. Escuchar al planeta, a las comunidades que compran y venden, y a una generación que ya no quiere elegir entre innovación y conciencia ambiental.

Y es que Phia no trata solo de reutilizar productos, sino de replantear la lógica del consumo. En un mundo obsesionado con lo nuevo, ellas apuestan por la circularidad, por esa inteligencia, humana y artificial, que entiende que el futuro no se construye desde el exceso, sino desde el equilibrio.

Del ego a la iteración

Cuando empezaron a crear contenido en TikTok, Phoebe y Sophia hicieron lo que casi todos haríamos: mostrar la parte brillante. Los clips bien editados, las frases medidas, los momentos que parecen éxito. Pero la verdad es que nada de eso conectó. El cambio llegó cuando se atrevieron a mostrar el caos.

“Publicamos los diez prototipos que fallaron”, recordó Gates entre risas. “Mostramos la noche en que quisimos llorar porque el onboarding no funcionaba”.

Y fue justo ahí, en esa mezcla de frustración y transparencia, donde apareció la magia. La gente no reaccionó al triunfo, sino al intento. A las caídas, a los tropiezos, a esa sensación tan humana de estar aprendiendo sobre la marcha.

Esa vulnerabilidad, que durante años fue tratada como debilidad,  se convirtió en su mayor motor. Cada error documentado generaba confianza. Cada versión fallida atraía a nuevas usuarias.

Phia terminó descubriendo algo que muchas marcas aún no entienden: la autenticidad no se diseña, se demuestra. Se nota en la forma en que te atreves a contar lo que no salió bien, y en cómo sigues intentando, una versión más, una vez más.

De la red social al laboratorio

Cada dos semanas, unas cuarenta mujeres se reúnen en las oficinas de Phia, en Nueva York, para algo que ellas llaman “roastear” la app. Sí, literalmente: se sientan, abren sus celulares y empiezan a criticar sin filtro. Lo que comenzó como una reunión espontánea terminó convirtiéndose en el corazón del producto.

Las fundadoras observan en silencio cómo las usuarias buscan, comparan, devuelven… y, claro, se frustran. Ese momento incómodo, cuando alguien suspira porque una talla no encaja o una marca no cumple lo prometido,  se volvió oro para el equipo. De esas pequeñas escenas nació Type A Insights, un sistema de aprendizaje automático que no solo analiza datos: aprende de los cuerpos, las preferencias y los errores del pasado.

Y es que, en un mercado dominado por algoritmos fríos y estadísticas sin rostro, la propuesta de Phia suena casi subversiva: hacer que la inteligencia artificial recuerde, no que adivine. Que aprenda de la experiencia humana, en lugar de imponerla.

El impacto va mucho más allá de mejorar las compras. También reduce la cantidad de devoluciones y, con ello, la huella ambiental. Kianni, que antes fue asesora climática de Naciones Unidas, lo resume con claridad: reutilizar una prenda puede disminuir hasta en un 80 % las emisiones de carbono frente a comprar una nueva.

En otras palabras, cada elección importa. Incluso esa blusa que decides volver a usar puede ser parte del cambio.

El cambio de mentalidad

Phoebe Gates y Sophia Kianni pertenecen a una generación que ya no separa la tecnología de la ética. Para ellas, la inteligencia artificial no es una amenaza, es una herramienta. “La IA no es el enemigo. La cuestión es cómo la usamos”, dijo Kianni, recordando su experiencia en Final Cardinal, la ONG que traduce información sobre cambio climático con apoyo de IA y que logró, en solo dos meses, lo que antes tardaba un año.

Esa misma filosofía guía a Phia: usar los datos para mejorar la vida cotidiana, no para manipularla. Su meta no es acelerar el consumo, sino educar al consumidor. Entender que detrás de cada clic hay una persona, no solo un número.

El privilegio y el propósito

Cuando la conversación giró hacia sus mentores, de Sara Blakely a Sheryl Sandberg,, Gates fue directa:
“Venimos de contextos privilegiados. Lo importante es reconocerlo y usarlo para construir algo que tenga sentido.”

No lo dice con culpa, sino con conciencia. Para ellas, el verdadero aprendizaje no viene de los grandes nombres, sino de las mujeres que se sientan frente a ellas cada dos semanas en ese laboratorio improvisado que es su oficina.
Ver a una usuaria dudar entre dos tallas, observar su reacción ante una recomendación, escuchar su frustración: esos momentos, tan cotidianos, les enseñan más que cualquier consejo de un inversionista.

Una cultura que respira

El equipo de Phia es pequeño: apenas catorce personas. Pero eso no es una limitación, es una elección.
“Podemos resolver en segundos lo que otros tardan horas en escribir en Slack”, explicó Gates.

En una era dominada por el trabajo remoto, su decisión de compartir el mismo espacio parece una rareza. Y, sin embargo, tiene sentido. Buscan mantener la energía que se pierde entre pantallas y notificaciones. Creen que la creatividad no surge del aislamiento, sino de la conexión.

“Si trabajas toda la noche y sientes que no moviste la compañía hacia adelante, te despiertas quemada”, dice Gates. “Pero si avanzas, aunque duermas poco, te levantas con energía.”
Para ellas, el agotamiento no viene del esfuerzo, sino de la desconexión.

Más que una app

Phia nació como un proyecto de clase en Stanford. Era lenta, torpe y ofrecía resultados imprecisos. Pero, cuando la cerraron, más de doscientas personas escribieron pidiendo su regreso. Ese fue el momento que cambió todo. No una inversión, sino una reacción humana.

Hoy, Gates y Kianni lideran una empresa que demuestra que la tecnología puede ser rigurosa y empática al mismo tiempo. En un ecosistema obsesionado con la escala, ellas eligen la profundidad: entender a las usuarias, mejorar el algoritmo, cuidar al equipo.

No es la historia típica de Silicon Valley. Y justamente por eso, marca el comienzo de una nueva era: la de las empresas que no quieren dominar al consumidor, sino aprender de él.

Storming the Gates: Cómo Phia está Rreescribiendo la Relación entre las Mujeres, la IA y el Consumo

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Phoebe Gates, cofundadora de Phia, durante su participación en el panel “Storming the Gates: Scaling Consumer AI” en TechCrunch Disrupt 2025, San Francisco.

Las fundadoras de Phia, la startup que está mezclando inteligencia artificial con sostenibilidad, tienen una visión poco común en el mundo tech: creen que la verdadera ventaja competitiva no está en el código, sino en la honestidad.

En el escenario de TechCrunch Disrupt 2025, Phoebe Gates y Sophia Kianni no hablaron de capital, sino de criterio. Fundadoras de Phia, una compañía que usa inteligencia artificial para dar nueva vida al comercio electrónico de segunda mano, han construido algo poco común en Silicon Valley: una empresa que une precisión tecnológica con responsabilidad climática.

Su charla con Amanda Silberling, periodista de TechCrunch, no sonó como una típica presentación de startup. Fue más bien una conversación honesta sobre lo que significa crear tecnología con propósito.
Gates y Kianni no midieron su éxito por el tamaño de sus rondas de inversión ni por cuántas veces su app fue descargada. Lo midieron por algo más íntimo: su capacidad de escuchar. Escuchar al planeta, a las comunidades que compran y venden, y a una generación que ya no quiere elegir entre innovación y conciencia ambiental.

Y es que Phia no trata solo de reutilizar productos, sino de replantear la lógica del consumo. En un mundo obsesionado con lo nuevo, ellas apuestan por la circularidad, por esa inteligencia, humana y artificial, que entiende que el futuro no se construye desde el exceso, sino desde el equilibrio.

Del ego a la iteración

Cuando empezaron a crear contenido en TikTok, Phoebe y Sophia hicieron lo que casi todos haríamos: mostrar la parte brillante. Los clips bien editados, las frases medidas, los momentos que parecen éxito. Pero la verdad es que nada de eso conectó. El cambio llegó cuando se atrevieron a mostrar el caos.

“Publicamos los diez prototipos que fallaron”, recordó Gates entre risas. “Mostramos la noche en que quisimos llorar porque el onboarding no funcionaba”.

Y fue justo ahí, en esa mezcla de frustración y transparencia, donde apareció la magia. La gente no reaccionó al triunfo, sino al intento. A las caídas, a los tropiezos, a esa sensación tan humana de estar aprendiendo sobre la marcha.

Esa vulnerabilidad, que durante años fue tratada como debilidad,  se convirtió en su mayor motor. Cada error documentado generaba confianza. Cada versión fallida atraía a nuevas usuarias.

Phia terminó descubriendo algo que muchas marcas aún no entienden: la autenticidad no se diseña, se demuestra. Se nota en la forma en que te atreves a contar lo que no salió bien, y en cómo sigues intentando, una versión más, una vez más.

De la red social al laboratorio

Cada dos semanas, unas cuarenta mujeres se reúnen en las oficinas de Phia, en Nueva York, para algo que ellas llaman “roastear” la app. Sí, literalmente: se sientan, abren sus celulares y empiezan a criticar sin filtro. Lo que comenzó como una reunión espontánea terminó convirtiéndose en el corazón del producto.

Las fundadoras observan en silencio cómo las usuarias buscan, comparan, devuelven… y, claro, se frustran. Ese momento incómodo, cuando alguien suspira porque una talla no encaja o una marca no cumple lo prometido,  se volvió oro para el equipo. De esas pequeñas escenas nació Type A Insights, un sistema de aprendizaje automático que no solo analiza datos: aprende de los cuerpos, las preferencias y los errores del pasado.

Y es que, en un mercado dominado por algoritmos fríos y estadísticas sin rostro, la propuesta de Phia suena casi subversiva: hacer que la inteligencia artificial recuerde, no que adivine. Que aprenda de la experiencia humana, en lugar de imponerla.

El impacto va mucho más allá de mejorar las compras. También reduce la cantidad de devoluciones y, con ello, la huella ambiental. Kianni, que antes fue asesora climática de Naciones Unidas, lo resume con claridad: reutilizar una prenda puede disminuir hasta en un 80 % las emisiones de carbono frente a comprar una nueva.

En otras palabras, cada elección importa. Incluso esa blusa que decides volver a usar puede ser parte del cambio.

El cambio de mentalidad

Phoebe Gates y Sophia Kianni pertenecen a una generación que ya no separa la tecnología de la ética. Para ellas, la inteligencia artificial no es una amenaza, es una herramienta. “La IA no es el enemigo. La cuestión es cómo la usamos”, dijo Kianni, recordando su experiencia en Final Cardinal, la ONG que traduce información sobre cambio climático con apoyo de IA y que logró, en solo dos meses, lo que antes tardaba un año.

Esa misma filosofía guía a Phia: usar los datos para mejorar la vida cotidiana, no para manipularla. Su meta no es acelerar el consumo, sino educar al consumidor. Entender que detrás de cada clic hay una persona, no solo un número.

El privilegio y el propósito

Cuando la conversación giró hacia sus mentores, de Sara Blakely a Sheryl Sandberg,, Gates fue directa:
“Venimos de contextos privilegiados. Lo importante es reconocerlo y usarlo para construir algo que tenga sentido.”

No lo dice con culpa, sino con conciencia. Para ellas, el verdadero aprendizaje no viene de los grandes nombres, sino de las mujeres que se sientan frente a ellas cada dos semanas en ese laboratorio improvisado que es su oficina.
Ver a una usuaria dudar entre dos tallas, observar su reacción ante una recomendación, escuchar su frustración: esos momentos, tan cotidianos, les enseñan más que cualquier consejo de un inversionista.

Una cultura que respira

El equipo de Phia es pequeño: apenas catorce personas. Pero eso no es una limitación, es una elección.
“Podemos resolver en segundos lo que otros tardan horas en escribir en Slack”, explicó Gates.

En una era dominada por el trabajo remoto, su decisión de compartir el mismo espacio parece una rareza. Y, sin embargo, tiene sentido. Buscan mantener la energía que se pierde entre pantallas y notificaciones. Creen que la creatividad no surge del aislamiento, sino de la conexión.

“Si trabajas toda la noche y sientes que no moviste la compañía hacia adelante, te despiertas quemada”, dice Gates. “Pero si avanzas, aunque duermas poco, te levantas con energía.”
Para ellas, el agotamiento no viene del esfuerzo, sino de la desconexión.

Más que una app

Phia nació como un proyecto de clase en Stanford. Era lenta, torpe y ofrecía resultados imprecisos. Pero, cuando la cerraron, más de doscientas personas escribieron pidiendo su regreso. Ese fue el momento que cambió todo. No una inversión, sino una reacción humana.

Hoy, Gates y Kianni lideran una empresa que demuestra que la tecnología puede ser rigurosa y empática al mismo tiempo. En un ecosistema obsesionado con la escala, ellas eligen la profundidad: entender a las usuarias, mejorar el algoritmo, cuidar al equipo.

No es la historia típica de Silicon Valley. Y justamente por eso, marca el comienzo de una nueva era: la de las empresas que no quieren dominar al consumidor, sino aprender de él.

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