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Brutalidad Policial
Manifestaciones por brutalidad policial. Bogotá 9 de septiembre Foto David Pirachicán

La brutalidad y el uso desmedido de la fuerza policial no es algo nuevo, en 1998 varias organizaciones internacionales de Derechos Humanos empezaron hablar más fuerte sobre ello, específicamente en Estados Unidos por los continuos casos. Esto se convirtió en un problema de calidad de vida, de respeto a los derechos civiles y directamente al derecho a la vida. Amnistía Internacional tiene documentado decenas de asesinatos en el mundo producto de la brutalidad policial. 

Es brutal porque es violento, cruel e inhumano. La policía no representa protección. En el imaginario ciudadano hay temor, desconfianza y evasión a esta institución. Su papel está completamente desdibujado por donde se mire y esa falta de legitimidad acarrea problemas hondos en sociedades como la colombiana que lleva más de 50 años sumergida  en actos y  discursos violentos, conflictivos y corruptos. Por lo menos, dos generaciones  no conocen la paz, no conocen que es vivir en una sociedad medianamente justa y próspera. 

La ciudadanía colombiana pendula entre la apatía y reacciones incendiarias. Hay momentos de largo silencio ante las masacres, violencias sistemáticas, feminicidios, desapariciones, pero hay otros momentos en que se aviva la fibra activista y se toman las calles para expresar el duelo público como acto político. 

En estos casos el discurso y la atención se centra en los manifestantes, en la respuesta violenta y se distancia de las reflexiones profundas que originan estas reacciones, es decir, se hacen preguntas y juicios equivocados, se cuestiona el cómo y los quiénes. Y se aleja de la pregunta estructural ¿por qué este desbarajuste social?

El asesinato del ciudadano Javier Ordoñez a manos de policías con un procedimiento torturador, criminal y violador de los derechos humanos, tiene hace tres días a la ciudad de Bogotá y otras ciudades colombianas en indignación y protesta violenta. Pareciera que manifestar de manera desapacible es contradictorio, realmente es ambivalente, porque es una decisión colectiva de solicitar justicia con la alta probabilidad de ser sometidos a una injusticia mayor. 

Además, las manifestaciones pacíficas en estos tiempos, al parecer, no generan políticas públicas, ni cambios institucionales, ni atención mediática internacional. ¿Es mejor todo eso a callar?

Se acusa de vándalas a todas las personas que manifiestan, se dice que hacen parte de la insurgencia. Allí hay ciudadanos cansados y con miedo porque también corren peligro. Están vulnerables al despliegue violento de toda la fuerza pública. 

Insisto, es una decisión ciudadana de preferir eso a continuar aceptando una vida invivible y sin garantía a la vida. No estoy del lado de la violencia, como decía Cortazar  “cada uno tiene sus ametralladoras específicas. La mía, por el momento, es la literatura”

La mía, por el momento es el periodismo.

Se busca un cambio estructural de la policía y de las instituciones públicas en general. No se trata de tener leyes nuevas, se trata de tener buenas leyes. Leyes implementadas por personas buenas. La motivación tiene tintes de esperanza y la reivindicación por una vida vivible. 

Revisar en lo público lo que no funciona como sociedad promulga la convicción de que podemos reparar lo podrido. En medio de un gobierno como el de Duque, indiferente e inclinado por la violencia decidimos cuestionarlo críticamente e impedir que ese gobierno piense por nosotros, por ello, como ciudadanos se decide por la ambivalencia de la protesta y la convicción del merecimiento de derechos.

Brutalidad Policial en Colombia

Columna
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September 12, 2020

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Brutalidad Policial
Manifestaciones por brutalidad policial. Bogotá 9 de septiembre Foto David Pirachicán

La brutalidad y el uso desmedido de la fuerza policial no es algo nuevo, en 1998 varias organizaciones internacionales de Derechos Humanos empezaron hablar más fuerte sobre ello, específicamente en Estados Unidos por los continuos casos. Esto se convirtió en un problema de calidad de vida, de respeto a los derechos civiles y directamente al derecho a la vida. Amnistía Internacional tiene documentado decenas de asesinatos en el mundo producto de la brutalidad policial. 

Es brutal porque es violento, cruel e inhumano. La policía no representa protección. En el imaginario ciudadano hay temor, desconfianza y evasión a esta institución. Su papel está completamente desdibujado por donde se mire y esa falta de legitimidad acarrea problemas hondos en sociedades como la colombiana que lleva más de 50 años sumergida  en actos y  discursos violentos, conflictivos y corruptos. Por lo menos, dos generaciones  no conocen la paz, no conocen que es vivir en una sociedad medianamente justa y próspera. 

La ciudadanía colombiana pendula entre la apatía y reacciones incendiarias. Hay momentos de largo silencio ante las masacres, violencias sistemáticas, feminicidios, desapariciones, pero hay otros momentos en que se aviva la fibra activista y se toman las calles para expresar el duelo público como acto político. 

En estos casos el discurso y la atención se centra en los manifestantes, en la respuesta violenta y se distancia de las reflexiones profundas que originan estas reacciones, es decir, se hacen preguntas y juicios equivocados, se cuestiona el cómo y los quiénes. Y se aleja de la pregunta estructural ¿por qué este desbarajuste social?

El asesinato del ciudadano Javier Ordoñez a manos de policías con un procedimiento torturador, criminal y violador de los derechos humanos, tiene hace tres días a la ciudad de Bogotá y otras ciudades colombianas en indignación y protesta violenta. Pareciera que manifestar de manera desapacible es contradictorio, realmente es ambivalente, porque es una decisión colectiva de solicitar justicia con la alta probabilidad de ser sometidos a una injusticia mayor. 

Además, las manifestaciones pacíficas en estos tiempos, al parecer, no generan políticas públicas, ni cambios institucionales, ni atención mediática internacional. ¿Es mejor todo eso a callar?

Se acusa de vándalas a todas las personas que manifiestan, se dice que hacen parte de la insurgencia. Allí hay ciudadanos cansados y con miedo porque también corren peligro. Están vulnerables al despliegue violento de toda la fuerza pública. 

Insisto, es una decisión ciudadana de preferir eso a continuar aceptando una vida invivible y sin garantía a la vida. No estoy del lado de la violencia, como decía Cortazar  “cada uno tiene sus ametralladoras específicas. La mía, por el momento, es la literatura”

La mía, por el momento es el periodismo.

Se busca un cambio estructural de la policía y de las instituciones públicas en general. No se trata de tener leyes nuevas, se trata de tener buenas leyes. Leyes implementadas por personas buenas. La motivación tiene tintes de esperanza y la reivindicación por una vida vivible. 

Revisar en lo público lo que no funciona como sociedad promulga la convicción de que podemos reparar lo podrido. En medio de un gobierno como el de Duque, indiferente e inclinado por la violencia decidimos cuestionarlo críticamente e impedir que ese gobierno piense por nosotros, por ello, como ciudadanos se decide por la ambivalencia de la protesta y la convicción del merecimiento de derechos.

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