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Personas caminan por ahí como muertas en vida; parece que dejaron sus cerebros a la vuelta de la esquina; son hordas ensimismadas que no se conmueven con nada; tampoco se asombran de la dureza de la sociedad; la banalidad es la que domina. Carecen de sentido crítico, amor y empatía; son como copias multiplicadas en la máquina de la alienación.

Se sientan voluntariamente en una silla eléctrica; su cabeza es conectada a electrodos de los cuales reciben descargas de obtusidad; se acciona una y otra vez la palanca para descerebrar; parece que mientras menos se piensa, menos se siente; es tan fácil obnubilarse con las falsas realidades que se proyectan en la caja de tv; engañarse con los quiméricos perfiles que se esconden en las redes sociales e intoxicarse con la vida de apariencias que ofrece el internet.

Cada electrochoque cerebral cumple su propósito; la estupidización de la “civilización”; los efectos son múltiples: desensibilización, abstracción y normalización de la violencia. Las descargas de obtusidad producen costumbre; las personas se acostumbran a sus cadenas: el statu quo, la guerra, la muerte violenta, la necropolítica, la discriminación, la desigualdad y la barbarie.

Es como si con cada descarga se logrará tal grado de deshumanización, que no importará nada de lo que pasa alrededor; la gente se acostumbra a desconocer el dolor ajeno y a ser un perfecto objeto de dominación. Todo pasa tan rápido; es un despreciable experimento de control sobre la población perpetrado por los siglos de los siglos.

La sociedad es bombardeada con la mercantilización, es una era donde todo se compra y se vende; la publicidad invade la vida privada, con solo un clic la gente compra de forma mecanizada; mensajes subliminales aparecen por doquier, ya saben como te pueden someter; te prometen “juventud, belleza y poder”; las descargas de obtusidad son cada vez más frecuentes; la gente vive inmersa en el mundo de los likes, en la distopía de la felicidad capitalista y en la trivialidad de los aborrecibles discursos del éxito y la superación.

En el tiempo de la electrodominación, hacen falta catarsis subversivas para desconectarse de tal abominación y  subvertir la frivolidad de un mundo cruel y violento, empieza por retirar cada electrodo que te domina el pensamiento y te nubla la empatía; amar con intensidad es valentía, como lo es también liberarse de las imposiciones sociales.

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Personas caminan por ahí como muertas en vida; parece que dejaron sus cerebros a la vuelta de la esquina; son hordas ensimismadas que no se conmueven con nada; tampoco se asombran de la dureza de la sociedad; la banalidad es la que domina. Carecen de sentido crítico, amor y empatía; son como copias multiplicadas en la máquina de la alienación.

Se sientan voluntariamente en una silla eléctrica; su cabeza es conectada a electrodos de los cuales reciben descargas de obtusidad; se acciona una y otra vez la palanca para descerebrar; parece que mientras menos se piensa, menos se siente; es tan fácil obnubilarse con las falsas realidades que se proyectan en la caja de tv; engañarse con los quiméricos perfiles que se esconden en las redes sociales e intoxicarse con la vida de apariencias que ofrece el internet.

Cada electrochoque cerebral cumple su propósito; la estupidización de la “civilización”; los efectos son múltiples: desensibilización, abstracción y normalización de la violencia. Las descargas de obtusidad producen costumbre; las personas se acostumbran a sus cadenas: el statu quo, la guerra, la muerte violenta, la necropolítica, la discriminación, la desigualdad y la barbarie.

Es como si con cada descarga se logrará tal grado de deshumanización, que no importará nada de lo que pasa alrededor; la gente se acostumbra a desconocer el dolor ajeno y a ser un perfecto objeto de dominación. Todo pasa tan rápido; es un despreciable experimento de control sobre la población perpetrado por los siglos de los siglos.

La sociedad es bombardeada con la mercantilización, es una era donde todo se compra y se vende; la publicidad invade la vida privada, con solo un clic la gente compra de forma mecanizada; mensajes subliminales aparecen por doquier, ya saben como te pueden someter; te prometen “juventud, belleza y poder”; las descargas de obtusidad son cada vez más frecuentes; la gente vive inmersa en el mundo de los likes, en la distopía de la felicidad capitalista y en la trivialidad de los aborrecibles discursos del éxito y la superación.

En el tiempo de la electrodominación, hacen falta catarsis subversivas para desconectarse de tal abominación y  subvertir la frivolidad de un mundo cruel y violento, empieza por retirar cada electrodo que te domina el pensamiento y te nubla la empatía; amar con intensidad es valentía, como lo es también liberarse de las imposiciones sociales.

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