Imaginemos el siglo VII A.C en varias culturas alrededor del mundo, en el que el matriarcado era el sistema de convivencia, la identidad, la propiedad y la organización política giraba en torno a la estructura maternal. Pero, en el trascurso del tiempo esta organización se desvaneció como la bruma sobre el mar, el patriarcado se convirtió en el dominio institucionalizado social, cultural y políticamente para conservar la subordinación de las mujeres.
Conceptos enraizados hasta lo profundo del corazón de la existencia humana, con la fiel creencia de la superioridad del hombre, del padre, del esposo, sobre la mujer; de que la propiedad del cuerpo de una mujer es decisión del estado patriarcal, de que su vida es voluntad de su pareja, de que su dignidad humana depende de su comportamiento, de que tiene derechos de acuerdo a su estrato social, y que en las relaciones de poder debe someterse y callarse.
Y lejos del ideal, en la actualidad la perfección de la mujer, no solo corresponde a aspectos físicos; se valora a la “mujer perfecta” por el cumplimiento de sus funciones inherentes a su condición de tal, si realiza adecuadamente las funciones del hogar, como desempeña su labor de madre y de esposa, incluso cómo se involucra en actividades religiosas; aquella que no encaja con lo socialmente establecido, lejos está de ser perfecta, la tachan y discriminan, pero no pierden la esperanza de que “cambie” y se adapte a lo que desde niña le enseñaron.
La ideologización de la perfección se ha convertido en otro mecanismo de ejercicio de poder. Desde la concepción hasta la muerte, la mujer tiene la mirada de un sociedad entera con expectativas de que en su infancia adquiera patrones para reproducir el sistema de dominación machista, se culpabilice por sus travesuras de niña, se le permite llorar y ser sensible, aprenda a actuar femenina, se desarrolle en ciclos de violencia intrafamiliar o escolar, aprenda a ser mujer. En la adolescencia en cambio, la mujer perfecta debe entender que si recibe acoso es porque es bonita, debe mostrarse más femenina, y se justifica conductas hipersexualizadas, en esta etapa se prepara para ser buena esposa y ser seductora sin ser vulgar.
En el período de adultez, está lista para procrear, para contraer matrimonio, ser ama de casa y ejercer trabajo de cuidado; y, si las condiciones económicas no lo permiten debe trabajar, pero ello no la exime de su obligación y responsabilidad de cuidar de sus hijos y de su esposo, así como velar por el orden doméstico. En el desarrollo de su vida marital deberá callar todas las violencias de las que pueda ser víctima por parte de su esposo, su familia y hasta sus amistades, por cierto, ella es la responsable de las mismas. En el caso de que no mantenga vínculo matrimonial, aún puede ser la mujer perfecta, pero con mayores requisitos: los hijos e hijas quedan bajo su cuidado, su expareja debe vigilar que continúe siendo buena madre, debe trabajar o conseguir ingresos económicos para sostener a su familia; las amistades, conocidos o actividades de distracción están prohibidas porque queda en duda su integridad, y si se le ocurriere tener una nueva pareja, previamente debe contar con la aprobación de su familia, de su ex esposo y de sus hijos.
Y, no olvidemos a la mujer adulta mayor perfecta, ella debe ser cariñosa, afectiva, permanecer junto a su esposo compartiendo su retiro, cuidarlo y velar por su atención en alimentación y salud. Deberá ejercer el trabajo de cuidado ahora de sus nietas y nietos, estar pendiente de sus hijos e hijas, aunque ya sean adultos; la violencia para ellas no existe porque es natural, es demostración de afecto y debe ser agradecida por la vida que tiene.
Esta perfección se desvanecerá, estoy segura, pues existe otro polo, y es que la mujer actual está superando estas marcadas funciones, con mirada crítica se oponen a reproducir estos patrones, se niegan a mentalizar e idealizar a la mujer perfecta y cuando tienen que parar, paran sin miedo, y cuando tienen que gritan lo hacen hasta el colapso, abrazan sin ser amigas, te entienden sin conocerte, luchan por todas las que están y las que no.
¿Y si superamos la perfección? ¿Y si dejamos de buscar ser perfectas? Sencillamente podríamos ser nosotras, ser libres y ser como queramos ser; ser mujer es simplemente eso: ser mujer, de cualquier peso, estatura, color de cabello, etnia, religión o profesión. Ser perfecta en un mundo machista está dejando de ser normal, necesitamos de más sororidad, de enfoque y de más entendimiento, para superar los estereotipos, y eliminar de nuestro diccionario la sumisión, propongámonos una infancia, adolescencia, adultez y vejez libres; paremos y gritemos cuando necesitemos, neguemos y rechacemos la violencia, hagamos lo que sentimos, podemos y queremos, porque la felicidad debe ser la perfección.